por Hugo Salvatierra
Una ciudad rota y sus mujeres rotas son el motor principal de La sangre del tequila, novela de Félix Luis Viera publicada recientemente por Alexandria Library —circula en las librerías independientes de México y se puede adquirir en Amazon— y que narra las andanzas de un escritor cubano, como el autor, curiosamente, que llega a la Ciudad de México para evadir las carencias y las injusticias del régimen de Fidel Castro. Con la mirada —muchas veces cándida— de un extranjero, el personaje principal desnuda la descomposición política y social de la capital mexicana, pero también se sumerge en la sexualidad de sus mujeres y en lo más podrido de sus habitantes (en la calle, en el trabajo, en la familia y consigo mismos).
La novela hace evidente la vorágine y la corrupción que los “chilangos” (como llaman a los nacidos en la Ciudad de México) pasan de largo; una sociedad que normaliza la violencia contra las mujeres; el racismo; el actuar de los “microbuseros” (choferes de transporte público), que tratan a los pasajeros como si estos fueran animales; la posibilidad de sufrir un asalto a plena luz del día; los baches, las aceras derruidas; la abismal desigualdad económica entre ricos y pobres; la baja preparación de la policía; o la impunidad que protege a los más poderosos.
El retrato de la Ciudad de México, que incluye una radiografía de la descomposición que caracteriza a buena parte de sus habitantes, resulta una de las propuestas de esta nueva novela de Viera, que asimismo, con toda crudeza hurga en lo más íntimo de diversos personajes, en una comunidad donde las mujeres son agredidas en los más diversos entornos, en una ciudad donde abunda la “falta de sentido del Otro, del derecho del Otro».
La pluma de Félix Luis Viera no utiliza filtros al narrar los encuentros con las mujeres, víctimas y victimarias, que van llegando a la vida del personaje principal, las cuales resultan el instrumento para realizar una reflexión filosófica sobre ellas, su psicología, y lo relativo a su comportamiento sexual (explícito en el libro); mas La sangre del tequila, al mismo tiempo, nos hace llegar una disección de la violencia y los abusos de los hombres hacia las mujeres, incluidas aquellas que cuentan con un notable nivel cultural o se desenvuelven en una posición de poder. Todas están en un riesgo latente.
Una de ellas, Irene Ramblas, vive en la colonia Guadalupe Inn (para clase media-alta), ubicada en el sur de la Ciudad. El narrador la conoció en un Sanborns (cadena de restaurantes propiedad del millonario Carlos Slim), donde “tanta gente parece posar para el prójimo, encapsulada en ese sitio que justamente semeja eso: una cápsula aséptica en medio de las cagazones exteriores en sucesión”. Irene habla inglés, francés y catalán, y es maestra en Historia, Arte, Filosofía y Letras, y además ha vivido en Chile, Bulgaria y España (Cataluña). La relación Irene-Narrador, de pronto, comienza a complicarse debido a factores impensados, hasta que se produce una ruptura más bien sorpresiva.
En su andar, el escritor cubano también conoce a mujeres de clases bajas, como Sandra Vélez, empleada de limpieza de una de las empresas editoriales más grandes del país —en la cual, entre otras, se editan revistas “para mamonas y mamones”—, con quien él sostiene un amorío. Sandra Vélez resulta uno de los personajes más entrañables de La sangre del tequila.
En el escenario de la editorial en cuestión —ubicada en lo más lejano del Poniente de la Ciudad de México—, el narrador se adentra en los turbios manejos “profesionales”, la envidia, la traición, la banalidad de no pocos de los personajes, esto sin dejar de lado el erotismo —que recorre una y otra página de la novela—, la desigualdad social que reina en este sitio, que es un ejemplo de lo que ocurre en toda la República Mexicana.
Otro personaje femenino de suma importancia que se relaciona con el narrador es Verónica Illescas, quien tiene cuatro hijos, todos de padres diferentes: un bombero, un taxista, un fayuquero (vendedor de aparatos eléctricos traídos de contrabando de Estados Unidos) y un peleador de Lucha Libre. Con domicilio en la “popular delegación Iztapalapa”, Verónica, “luchadora social” y mujer de intensa fogosidad sexual, había intentado retener a todas sus exparejas con un hijo, pero siempre terminó abandonada. Ella desempeña un papel muy importante en los puntos más vívidos de La sangre del tequila. “Por alguna razón que todavía investigo me le fui dando a Verónica. De repente me descubrí celándola, reclamándole”, recuerda el personaje-narrador.
De la suma de los personajes de la novela, incluidos ambos sexos, el más complejo es Lucía Luévano, dado que engloba la problemática de casi todas las mujeres del relato, y de buena parte de la sociedad mexicana.
Esta mujer policía, de 29 años de edad y madre soltera con un hijo de 13 años, vive con éste y su mamá en una colonia marginal llamada Gran Norte, en una casa pequeña y estrecha de «ladrillos desnudos» pintados de verde pálido, techo de asbesto y “como empotrada” contra un peñasco. “Ella vivía lejos de allí, en la colonia Gran Norte, en el medio oeste de la ciudad, y donde ni siquiera la policía se atrevía a penetrar en la noche”, describe el cubano.
La mujer policía llega a convertirse en la más fuerte esperanza del narrador para intentar vencer una severa crisis existencial. “Lucía Luévano era una mujer singular, ella me rescataría del Holocausto Verónica”.
Mientras se relaciona con el sexo opuesto y trata de subsistir, la mente del cubano recurrentemente se va a Cuba, esa isla que lo privó de la posibilidad de acceder a productos que en otros sitios del mundo ya eran parte de la cotidianidad, como una aspiradora para la limpieza, una computadora, una tarjeta de crédito o un yogur de sabores.
«Esto es un planeta, un planeta repleto de gente, no una ciudad», exclama el narrador en las primeras páginas del libro durante una plática con su gran amigo mexicano Mario Trejo, quien resulta una especie de Virgilio para el cubano durante los primeros pasos de éste por “la interminable Ciudad de México”.
En La sangre del tequila Félix Luis Viera se adentra, con paso seguro, en las grietas de “este planeta repleto de gente”, en las cuales, abandonados y rotos, caen cada uno de los personajes de la novela.