Para Luis Cino, ninguna historia de amor que se respete tiene un final feliz. Creo entenderlo. Y no me parece que se contradiga al narrar, con prosa transparente como él mismo, los relatos, estampas, crónicas… de su último libro, Los más dichosos del mundo (Neo Club Ediciones, año 2018), conmovedora galería de finales infelices que, no obstante, nos dispensa la moraleja de una historia de amor absolutamente afortunada, la del autor con sus personajes y con su malhadado país deshecho por la dictadura castrista.
Con frecuencia escuchamos y leemos opiniones bien severas por parte de cubanos que residen en el exterior y que al parecer se creen con el derecho de censurar indiscriminadamente a los que han permanecido en la Isla, sea por las razones que fueren, o incluso sin razón alguna. Debido a una explosiva mezcla de rezagos idiosincráticos, agravada por los sufrimientos, la animadversión y el desarraigo que nos ocasionaron sesenta años de totalitarismo político, con sus dogmas y sus deformaciones de mente y espíritu, optamos por condenar sin juicio previo y por rechazar antes de entender.
La repulsa fácil como vía para ser aceptados sin sospechas dentro de lo que consideramos nuestro bando, o por simple acomodo de conciencia (lejos del agua cualquiera nada bien), nos convierte en árbitros de la conducta de nuestros familiares y amigos, o en general de la de infaustos paisanos con menos suerte o menos luces que nosotros. Es una actitud que también comprendo (aunque no la comparta), y ante cuyos exponentes no he sentido nunca la necesidad de responder con la misma intolerancia y severidad. De modo que si ahora los menciono es sólo porque me gustaría recomendarles (a todos pero muy especialmente a ellos) la lectura de Los más dichosos del mundo.
El libro es un retrato de familia moldeado con singular agudeza y con pleno conocimiento de causa, pero, sobre todo, con una sensibilidad que por sí sola lo hace grande, a la vez que ineludible para los interesados en ahondar en la realidad cubana de estos días.
A través de sus catorce piezas discurren representaciones muy variadas de lo que es actualmente la clase social cubana por antonomasia, la de los perdedores, víctimas (aun cuando algunos sean además victimarios) de la mayor y más duradera tragedia histórica, económica, cultural y moral que haya sufrido país alguno del hemisferio en los tiempos modernos.
En Los más dichosos del mundo (el título es una de las frecuentes ironías de trazo leve que se gasta Cino), los personajes parecen ser fruto de un extraño injerto entre zombis y androides. No son individuos con conciencia existencial ni mucho menos. Apenas llegan a ser tristes desangelados, a los cuales la vida se les escapa –o se les escapó ya- como agua entre los dedos, sin que ni siquiera sean capaces de valorar para qué les ha servido.
Quienes hemos estado cerca del periodismo tan vigoroso como honesto y punzante que, durante decenios, ha desarrollado Luis Cino desde La Habana, unido, por demás, a una actitud política y a una honradez personal a toda prueba, no podemos menos que manifestar regocijo y una especial admiración ante este libro en el que, sin abandonar las herramientas de su eficaz periodismo, remonta el vuelo hacia la mejor literatura. No es la primera vez. Ya lo hizo antes con Los tigres de Dire Dawa. Si acaso con este nuevo libro confirma su estatus como escritor de raza. Y lo hace exhibiendo una capacidad poco común para hincar el diente en nuestras miserias materiales y espirituales, sin deslices panfletarios ni catequesis política. Además, sin dar vía a otro impulso que no sea el de la compasión y condescendencia ante su gente, los cubanos de a pie, situando por encima de la ideología o de cualquier aberración que profesen, su condición de sujetos y objetos arrastrados igualmente por una tenebrosa catástrofe histórica.
Desde Elena rompe el cerco, relato minimalista sobre las desgracias de una mujer acosada por las iniquidades de la dictadura, aun cuando sigue simpatizando con el fidelismo, hasta Las fotos veladas del gordo, sobre un homosexual y fotógrafo doblemente frustrado por absurda fidelidad hacia sus padres “revolucionarios”. Desde Los sueños de Landín, un anciano nada soñador, pero a quien le resulta necesario soñar con muertos y animales mediante cuyas representaciones numéricas, según la charada, puede ganar algunos pesos jugando a la Bolita. O desde Charangón es feliz aquí, un ex oficial del ejército, ya jubilado, que culpa a Gorbachov por las calamidades del Período Especial, mientras se dedica a “bucear” en los contenedores de la basura en busca de algo útil para su miserable existencia; hasta Olor a quemado, sobre un interno en el manicomio, que se muestra resignado a aceptar su locura porque quienes lo ingresaron le han dicho que tendría que estar loco para manifestarse abiertamente contra del régimen…
Hay ocasiones en que incluso hemos creído entrever al propio autor entre los personajes del libro. Por ejemplo, en Reminiscing, donde el narrador da cuenta de su accidentada, dramática, triste y por momentos feliz relación con una antigua novia, Lilita. Resulta imposible no imaginar a Cino en su humilde casa habanera cuando, hacia el final del relato, este narrador apunta: “Son las seis de la tarde y oigo a Eric Clapton, Layla, versión original, 1971, mientras termino este cuento y se me hace un nudo por dentro. La próxima semana, si no estoy preso, es posible que pueda revisar mi correo en alguna embajada”.
Luis Cino vuelve a poner en alto el banderín, esta vez con un libro que no sólo recrea vívidamente la magnitud de nuestra desgracia como pueblo. También señala el origen preciso de todas las culpas. Y nos alerta sobre la improcedencia de interpretaciones rígidas y equivocadas. Enhorabuena por Los más dichosos del mundo. Y que vengan más.