No todo está perdido. Ni siquiera en Facebook. Levanta el ánimo observar el rebrote poético que tiene lugar por estos días en algunos espacios de las redes sociales frecuentadas por cubanos. No es que sorprenda demasiado, pues ya conocemos que Internet y las modernas tecnologías han propiciado un singular escenario para el reconocimiento e intercambio entre poetas. Se trata de un fenómeno que ya muestra alcance mundial, con defensores incondicionales y aferrados detractores, con los riesgos propios de toda nueva experiencia, pero también con el enriquecedor desafío que entraña para la poesía como género, al igual que para sus cultivadores y multitudes lectoras.
Lo que tal vez tipifica nuestro caso, creo yo, es que a diferencia de lo que está ocurriendo en otros ámbitos, muchos poetas cubanos no parecen acudir a Facebook en busca de un medio de divulgación con lectores poco exigentes y más proclives al ligero entretenimiento que a la valoración estética. Tampoco he notado que lo hagan para evadir el rigor que demanda la publicación de un libro impreso. Ni que se hayan propuesto sustituir el libro de papel con el espacio virtual, como sucede en otras plataformas.
De hecho, no son pocos los poetas nuestros con una obra sólida y con posibilidades de editar libros que hoy exponen sus versos a la consideración popular en Facebook. Algunos lo hacen espontáneamente, otros responden a las convocatorias de grupos, blogs o nuevos canales, como el que recién inaugurara el poeta Juan Carlos Recio, un espacio para leer y escuchar buena poesía, ajeno a las proyecciones elitistas y a cualquier otro interés que no sea la sana confraternización entre poetas y entre ellos y sus lectores (ver video al final de este texto).
La presencia de esa poesía madura o bien elaborada puede resultar decisiva para la buena salud del fenómeno en nuestro caso. Por cuatro razones fundamentales, sobre todo:
1-Sirve de modelo, a la vez que pone la pica en Flandes, para los poetas menos rigurosos o menos experimentados. 2- Crea un antecedente que nos aleja de la antinomia entre el poema hablado y el escrito, eludiendo un divorcio que, por más absurdo que parezca, ahora mismo está siendo estimulado por muchos a nivel internacional. 3- El espacio puede ser ideal para el acercamiento y la retroalimentación entre poetas y lectores de la Isla con los del exterior, dada la particular ductilidad del medio. 4- Es una tendencia en alza que podría ayudar al saneamiento de las redes que frecuentan los cubanos (de Facebook particularmente), ocupando para bien alguna porción de los espacios que han llenado y aún llenan la maledicencia o el chisme barato, la propagación de ideas fundamentalistas, la excesiva frivolidad, la controversia estéril, la manipulación politiquera o patriotera… Desde luego que esas taras no van a desaparecer de las redes sociales, porque es ahí donde encuentran su caldo de cultivo, pero al menos tendrían que compartir el espacio con otras expresiones más agradables y bienhechoras.
Desde Homero hasta hoy, la poesía ha exhibido (mejor quizá que ningún otro género literario y artístico) una imperturbable resistencia ante cualquier intento por apresarla dentro de soportes o marcos o predios exclusivistas y reductores. Si no existieran otras razones, ésta solamente bastaría para no asumir con alarma su actual deriva hacia las redes sociales y el consecuente auge que allí está alcanzando, sin el menor perjuicio para el libro escrito y sin menoscabo para su historia, gran monumento de la civilización humana.
La Eneida, de Virgilio, como antes la épica grecolatina y homérica, o como después el aire de renovación que insuflara Francois Villon a viejos motivos poéticos heredados por la cultura medieval (entre tantos otros ejemplos ilustres), nacieron de la oralidad y de la exploración artística. De igual manera que en este mismo minuto nacen y se están consagrando sabe Dios cuántas nuevas creaciones cuyos autores nos recuerdan en alguna medida a los aedos -aquellos líricos andarines de la antigua Grecia-, pues no han tenido a menos, sino a más, ponerse a prueba a través del contacto vivo con el público.
Obviamente, estos autores saben que la validez y la trascendencia de sus obras no dependen del medio que las propague, sino del celo, el talento y la responsabilidad con que ellos las aborden, unido al entusiasmo y al buen juicio con que las reciban sus lectores.