Es indudable que la mayor de las preocupaciones de un escritor/político/ciudadano, o como en un momento determinado se le quiera llamar, es la de proyectar su obra y de alguna manera trascender por medio de su escritura. En ese sentido algunos autores pretenden reflejar, a través de sus personajes y/o reflexiones, las inquietudes y motivaciones que los desvelan y de esa manera manifestarse. Se cumple, así, una de las más importantes y dificultosas funciones del juego de la creación: una presencia anímica del escritor no obstante que ella no represente la personalidad ni su ideario en su totalidad. Es, sí, la manera de expresarse por medio de una instrumentación que le permite develar sus propósitos. Tal es el caso del libro IndignAcción, publicado por la Editorial Planeta S. A., 2017, y con su tercera edición en enero de 2018, el cual, por la variedad de sus apuestas formales, por la limpieza y serenidad de su escritura, por la estrategia de desplazar la voz del Yo lírico hacia el habla del otro –de una muchedumbre que a otros se les antoja llamar multitud-, y por su diálogo con la historia, con otra realidad solo admisible por el que sufre a favor del prójimo, dejó de ser propiedad de su autor, Iván Duque, para convertirse en el libro no solo de todos los colombianos, también en el libro de los que vivimos –y sufrimos- un poco más allá de las fronteras que, inexplicablemente, dividen nuestros países.
Estamos en presencia de un libro novedoso no solo por los resortes donde se apoya la forma de decir del escritor, sino por esa otra forma tan unipersonal de dialogar con la historia, desde la historia íntima del Yo lírico hasta la historia que podríamos sombrear con mayúscula. Pareciera como si sus imágenes y metáforas resurgieran de los intersticios de una pluralidad de voces para mostrarnos que la visión lírica del devenir humano se halla en las márgenes de la misma historia del hombre.
Para escapar de la amenaza populista debemos canalizar toda la energía y la fuerza de nuestra indignación en acciones positivas, compromiso social y conciencia ciudadana. Esta es la base de la indignAcción: asumir individual y colectivamente la responsabilidad que tenemos con la construcción de un mejor país para todos.
Este es el libro que has soñado o, en un momento determinado, no vieron tus ojos. Con esta referencia, plasmada en la página 17, comienza a «dislocar» al lector, a quitarle seguridades, costumbres, para forzarlo a leer con facilidad, a renovarse si persiste en el descubrimiento de una realidad atribuida a muchos.
Libro que transcurre como las sagradas escrituras: IndignAcción, página 13; Analicémonos, página 20; Nos bebemos lo del mercado, página 24; La del rebusque, página 47; Oiga Echeverri, cómo qué nos tumbaron, página 49; Lo que el viento se llevó, página 87; Soñémoslo, página 107; Construyámoslos, página 168; y en la página 171 unas Notas donde se confiesan diálogos y encuentros con clásicos como, por solo citar ejemplos, Winston S. Churchill, Albert Einstein, Walt Disney, Raymond Aron, Henry Ford, Mahatma Ganddhi, Kart Cobain, Francisco de Quevedo, Thomas Jefferson, Juan Pablo II, Pablo Piccaso, Jean Paul Sastre, Thomas Fuller y otros tantos que con su pensamiento iluminaron la sociedad no solo de su tiempo, también del futuro, y nos lleva sin discontinuidad hasta metas sólo presentidas por Iván y donde se aprecia el bien logrado oficio de plegar el lenguaje a su acción interior y su acción a la necesidad del lenguaje. Estrategia que al mismo tiempo confronta la libertad del decir -algo imprescindible en estos tiempos marcados por la violencia y el no reconocimiento al prójimo-, apunta al riesgo y a la rotante dinámica de un texto autorreferente, absuelto de toda finalidad anecdótica y sustentado por su propia anatomía: no refiere a otra cosa más allá de la posibilidad de conocerse a sí mismo frente al espejo multidimencional que somos esa ciudadanía –donde el se reconoce- y que en el marco jurisdiccional nos llamamos todos.
Iván Duque, como todo mortal, sucumbe a la nostalgia, al encuentro y desencuentro, a todo lo que un día sus antecesores le dijeron le pertenecía y hoy, al mirarse una vez mas el espejo, se dio cuenta le faltaba. Desde el recóndito interior de su aparato discursivo aparecen sus descendientes de sangre noble y apellido real, el único amigo de su generación capaz de batirse con lo peor, o mejor aún, con sus enemigos; sus controversias sostenida con un proyecto político que, mas allá de un proyecto, podría ser la plataforma programática o constitucional de cualquier país que sueñe salir del subdesarrollo.
En este libro vive la bondad, el sentir de un hombre y de un equipo de trabajo que ha dejado de soñar en sí para pensar en cuantos lo rodean, en cuantos dejan todo atrás para seguirlos sin pensar en un mañana, en un futuro por el que, quizás, muchos apuestan, pero aún no están convencidos que sea real.
Aquí, bajo las ramas de este frondoso árbol, todo un país convive en el mismo universo de un tiempo como detenido. Realidad y tiempo un tanto fantasmal, que se opone radicalmente a otra experiencia que no sea a un futuro mejor para todos, escritura o pensamiento que se resiste y se revela contra las convenciones y constituye un modo de afirmación de su propia identidad personal.
En la lectura se constata inmediatamente el desdén por toda simetría o marco de ordenamiento, observable en la explicita restricción del referente y en la omisión de un sentido manifiesto, lo que podría considerarse la elusión de un significado totalizador: el Yo plural. De esta manera el libro dispersa su circular movimiento en un espacio caracterizado por su movilidad, por un tiempo que únicamente se muestra en la fugacidad del instante, en ese momento que los hechos se apropian del lector, haciéndose cada vez más creíbles, en una novedad verbal que supone un pensamiento más que poético, humanístico, el que pretende capturar al ser que está detrás de la escritura: el lector, o para mejor decir, el ciudadano común.
En opinión de este crítico, estamos ante una conformación lírica, ficcional o no, cuya funcionalidad en el discurso nos invita al acercamiento, a la reflexión sobre una historia, como ya he enunciado, que crea una nueva. Pero este desorden es entrópico; regresa a la determinación intrínseca de su existencia y el texto, en apariencia cambiante por la actividad que propicia y los sujetos involucrados, deja aflorar en la superficie del acontecer lingüístico la interioridad más contundente del pensamiento: una instancia anterior a la razón, una temporalidad aparentemente imaginaria.
Siempre me quedará la otra mejilla, solo hay que golpear duro y evitar su limosna para vivir en paz, podría decir Iván Duque con docilidad y bajo la mirada escrutadora y a la vez compresiva de todo un pueblo que lo sigue llamado Colombia. Pero lo que nunca se podrá imaginar Iván y cuantos lo quieran cuestionar, pese a su buen afán de morir por el prójimo, es que siempre quedará la historia por no tener rostro único, por reconocerse en la multiplicidad, cuando el Yo, la comunicación o la acción, se vislumbran como realidades posibles.
Los que gustamos no de la política cerrada, encasillada en códigos que solo benefician a grupos que piensan no más que en ellos, en la bolsa de valores y en el valor contable, ninguna mejor opción para salir del hostigamiento y el hastío que otra forma de ver la política, como este gran libro que podríamos llamar poema reflexivo y desenfadado, y que Iván Duque, para beneplácito de todos, llama IndignAcción.
Bienaventurado sea entre esta gran multitud que llamamos humanidad.