Los dirigentes de la revolución cubana están completamente seguros de que, luego de 63 años de experimentos —con seres humanos, no con animales—, el proyecto comunista resulta inviable.
El socialismo desapareció en los países en que se hallaba, sin que hasta hoy se hayan visto multitudes tratando de reponerlo a sangre y fuego. Todo lo contrario.
Según las pruebas que tenemos, el comunismo no le deja opción al hombre para que pueda escoger entre dos o más variantes ideológicas; no permite que el hombre se manifieste libremente; convierte en propiedad de todos —el Estado— lo que luego resulta que no es de nadie, o si acaso es de alguien será de los jefes; elimina el libre albedrío, la individualidad, la iniciativa personal —la que marca el desarrollo de las sociedades—; dicta qué libros leer, qué programas televisivos ver, qué películas apreciar, cuál arte en general es bueno y cuál no; establece quién o quiénes o qué son los enemigos de los pueblos bajo su gobierno; planta el odio entre los distintos componentes de la sociedad bajo su mando. Desprecia, ultraja, encarcela y aun quita la vida a quienes piensan distinto.
En los primeros años —aun en las primeras décadas— de la revolución socialista en la Isla, era entendible que muchos cubanos, de buena fe, estuviesen seguros de que las privaciones y la “mano dura” contra ciertos estamentos sociales estaban justificados por el advenimiento de un “futuro luminoso”.
Pero hoy, visto y recomprobado que el sistema no funciona, personajes de diversos puntos de la élite “revolucionaria” —que por esta razón no sufren las miserias del resto de los cubanos residentes en su tierra— continúan convocando a “nuestro pueblo” al sacrificio.
Lo real es que no pocos de esos personajes poseen yates, cuentas en el extranjero, llevan ropas y joyas de gran marca, asisten u organizan ágapes diversos, etcétera. Esto es objetivo digo, y lo expreso sin un propósito especial.
Se atribuye a varias personas esta máxima: “El comunismo es el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo”.
Así, de buena fe, quienes de una u otra forma están a cargo del régimen establecido en Cuba, deberían hacer suya esta: Se puede ir contra la corriente durante mucho tiempo, pero no toda la vida.