Es muy extraño lo que sucede. De acuerdo con un dictum gringo no se cambia de cabalgadura en medio de un río. Según el análisis de Político -un portal que está mucho más cerca de los demócratas que de los republicanos-, el reciente anuncio de un cambio de estrategia de Joe Biden en su percepción de Cuba y Venezuela, quiere decir que da por perdida la próxima elección en Florida. Contemporizar con esas dos dictaduras es dejarle el camino despejado a los republicanos, como se quejan el senador federal Bob Menéndez, nada menos que presidente en el senado del Comité que supervisa ese tema específico, y la senadora estatal Annette Taddeo, ambos del Partido Demócrata.
Aquí hay gato encerrado. Los políticos -y Biden es la quintaesencia de “los políticos”-, o el presidente sabe algo de lo que nosotros no tenemos la menor idea, porque se lo ha comunicado directamente Juan S. González, la persona que maneja la política exterior de la Casa Blanca en esa zona del mundo entrevistándose con Díaz Canel y con Maduro, o pasa por una etapa de peligrosa ingenuidad, impropia de un señor de 79 años que le ha visto las entrañas al monstruo autoritario.
Cuba y Venezuela saben que tienen que mover ficha en la dirección del cambio democrático, pero no hay el menor síntoma en ese sentido. Cuba acaba de aprobar un Código Penal infinitamente más restrictivo que el que existía, aumentando las “razones” por las que el Estado te puede fusilar, mientras mantiene en la cárcel a cientos de manifestantes que salieron a protestar pacíficamente el 11 de julio pasado, al ritmo de la canción Patria y vida.
España es el modelo, aunque cada uno debe hacerlo a su manera. Ni Díaz Canel, ni Maduro, tienen que pensarlo mucho. Todo comienza con una amnistía general. Les hablan a los partidos de la oposición discretamente. Se establece un calendario electoral y se entierra la quimera del socialismo. Realmente, eso no funciona. Nunca lo ha hecho y jamás lo hará. Si se quiere proteger el cambio radical con un referéndum, es posible llevarlo a cabo. La sociedad está loca por quitarse de encima esas cadenas.
¿Cuánta es la gente que no quiere el cambio? En España, que era una nación ordenada que prosperaba, al contrario de Cuba y Venezuela, se calculaba el 15 o 20 %, pese a que en 1975, año en que Franco murió, tenían algo menos de un 80% del PIB de las naciones punteras de la Comunidad Económica Europea. Al final, sólo menos de un 10% votó o estuvo contra el cambio. Si se atreven, se confirmarán esos números.
¿Se atreverán? No lo creo. Están dadas las condiciones para el cambio, pero no lo creo. Existe la convicción del fracaso más rotundo. Se ha producido un relevo generacional, porque los líderes originales ya se han muerto -a Raúl Castro y a Ramiro Valdés “les quedan dos afeitadas para colgar los tenis”-, y los que siguen son partidarios del cambio. Y si, en algunos casos, no lo son, sus mujeres e hijos quieren modificar el destino del país y no seguir atados al fantasmal mandato de los líderes muertos, ni al chantaje emocional “de lo que hubiera hecho Fidel Castro”. Nadie sabe lo que hubiera hecho y, lo mejor, es que a casi nadie le importa.
¿Qué significa el apoyo de China o Rusia? Muy poca cosa. El único asidero es el antiyanquismo. Ya ni una ni otra son marxistas. Los dos sistemas han abandonado el colectivismo y se aferran a la propiedad privada, aunque en China continúan alabando a Mao, mientras le prestan un verdadero lip service, a él y a su Partido, ocultando todas sus locuras. Por eso Fidel trajo a colación el ejemplo chino, pero, hasta donde sé, murió desengañado tanto de China como de Rusia, y no le perdonó a Vladimir Putin que su primer gesto de independencia, cuando comenzó a reinar solo, sin la sombra de Boris Yeltsin, cerró la base de Lourdes, sin explicaciones previas.
¿Por qué Cuba no les permite a los cuentapropistas importar directamente del extranjero? ¿Por qué no termina con el adefesio del Partido único, que sólo sirve para asignar privilegios? ¿Por qué no hace reformas verdaderamente democráticas? Realmente, por cobardía, y porque la cúpula dirigente, que tiene a la familia en el exterior, se siente cómoda con el sistema diseñado por el propio Fidel Castro: el Capitalismo Militar de Estado, aunque sea disparatado, como se ha comprobado desde 1992, hace ya… ¡treinta años!
Es absolutamente cierto que se crearía una sociedad con un alto grado de desigualdad, pero no todo el mundo tiene las urgencias sicológicas de los emprendedores ni de los comisarios. Deng Xioping estableció que “enriquecerse es hermoso”, ¿Por qué? Porque los que persiguen su fortuna tiran del carretón social. En USA existen millones de emprendedores y la buena costumbre de inversionistas con capital de riesgo. Hay que crear riqueza para luego distribuirla por medio de los impuestos, como hacen los países escandinavos, Estados Unidos, Canadá, Holanda, Estonia y el resto de las naciones a donde (literalmente) corren los inmigrantes. ¿Cuánto es el porcentaje “justo” de la carga impositiva? No se sabe. Depende de muchos factores que escapan a la urgencia y al alcance de esta crónica.
Sospecho que dentro de dieciocho meses se reunirán otra vez Joe Biden y Juan S. González a examinar los resultados del cambio de estrategia. Será el momento del recuento. Nada habrá ocurrido. Las dos dictaduras continuarán paralizadas. Habrá más sanciones y volveremos al punto de partida. Alguien, a quien le gustan las metáforas rústicas, recordará “que no se cambia de cabalgadura en medio del río”. Así ha sido durante un buen número de años.