El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes llenos de dudas.
Bertrand Russell
Es mucho más difícil entresacar las leyes por las que se mueven estructuras muy complejas, como las sociedades, el pensamiento o el espíritu. Actualmente se puede ser preciso en las ciencias experimentales, pero muy subjetivo e impreciso en “ciencias” blandas como Filosofía, Sociología, Ciencias Políticas o Economía. Con el instrumental teórico y práctico de estos maleables cuerpos del saber, pretender que se está haciendo ciencia es realmente una estafa.
Las Artes y Humanidades desde luego que son aproximaciones al saber y hasta a la sabiduría, pero no son científicas ni sistémicas. Solo cuando exponen con total honestidad sus bajos niveles de precisión, pueden considerarse estas “leyes”. En realidad, solo aportan propuestas para edificar convenios de juntura mínima entre opiniones diversas: constructos sociales. Nunca herramientas. Mucho menos armas, aunque los territoriales de siempre las empleen, más que como azadón, como lanza.
Sin embargo, hoy vemos a numerosos intelectuales, escritores, pensadores, académicos, que se han parapetado detrás de las murallas universitarias, o aupados por el azar de algún éxito farandulero, pretender que han agarrado la verdad por los cuernos. Y ametrallan a su audiencia, sus alumnos o a la sociedad en pleno, con una serie de suposiciones insostenibles si se analizan con rigor. En ciencia todo es discutible, todo puede ser sometido a demoledora duda, cartesiana o sistémica. En farándula, lo que vale es la bulla y la propaganda.
Tomemos el caso de Carlos Marx, la vaca sagrada e indiscutible de “filósofos” como Lenin, Trotsky y Stalin, ejerciendo la dictadura del proletariado. Cuando en un estado “obrero” acusaban a alguien de dudar de su genialidad, era como colocarle el sambenito de “revisionista”, casi una condena judicial.
Menos sangrientas han sido las condenas académicas o mediáticas de intelectuales, sociólogos o filósofos como Sartre, Marcuse, Foucault, Simone de Beauvoir, Judith Butler, Pablo Iglesias, Inigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Enrique Dussel y Alfredo Jalife, Atilio Borón, etc. Marx, con un simple aserto, se permite intoxicar el pensamiento de todos los que le den validez. Veamos una de sus famosas y obsoletas tesis sobre Feuerbach: “A lo más que pretende llegar el materialismo contemplativo, es decir, el que no concibe lo sensorial como una actividad práctica, es a contemplar a los individuos sueltos, a la sociedad civil”. Desde su butacón londinense, pretendiéndose ingeniero social, el iluminado barbudo orienta a quienes le siguen a considerar al ser humano no una suma de individualidades sino un fenómeno esencialmente de masas, de gregarismo, grupal.
Sin embargo, lo que somos como humanidad se lo debemos a excepcionales capaces de llevarle la contraria a las inercias y estampidas de la masa. Marx se refiere despectivamente a los excepcionales como individuos sueltos.
Pero a los individuos sueltos debemos nuestra humanización. La masa puede y suele ser la matriz, pero también el horno donde se queman los mejores individuos, los fundadores.
Es por ello que Marx y el marxismo, que se declaran progresistas, son en los hechos retrógrados.