Réquiem por el espejismo

Hace muchos años que la Revolución en Cuba ha muerto. Y la Historia la condena inevitablemente. Lo único que han hecho sus “líderes” es tratar de destruir la zona profunda de la nación, ese verdadero país que empieza de la puerta de la calle hacia adentro. El Gobierno ha intentado instalar cada vez más el miedo, hacerlo más sofisticado, más técnico, apelando a todo tipo de recursos en lo brutal y lo psicológico, en las requisas, en los allanamientos. Pero no solo el miedo, sino también la mentira, tergiversando las ideas, los hechos; deshaciendo la Historia, cambiándola. Y no emplea recursos creativos, sino imitativos, repetitivos, los mismos del fascismo, del estalinismo. Después del miedo y la mentira, los dirigentes que ha tenido y tiene la “Revolución” apuestan, cada vez más, a engendrar la división. Y todo basado en una violencia intransigente y desmedida.

Algo que se ha venido haciendo desde los primeros días de 1959, cuando los discursos de Fidel Castro enjuiciaban, blasfemaban y prometían mientras fusilaba, torturaba y confiscaba las propiedades extranjeras, las de Estados Unidos principalmente, y también las de los comerciantes e industriales cubanos. Esta Historia, nuestra Historia moderna, digamos, se conoce bien, porque todo cubano de buena voluntad la ha padecido. Pero aun cuando hasta hoy sea tan conocida, y parezca trillada y manida, hay que seguirla recordando, no se puede dejar atrás. No se puede olvidar.

En un encuentro virtual de las revistas Rialta y El Estornudo, el historiador Rafael Rojas planteaba con toda razón que en realidad la represión política e intelectual del régimen castrista puede decirse que se da cada diez años, fundamentalmente contra importantes intelectuales que, de una forma u otra, comienzan a reclamar y son reprimidos de una manera despiadada. Pero lo que en verdad sucede es que en estas purgas de ahora (años 2019, 2020 y 2021) una nueva generación empieza a ser acosada (Tania Bruguera, Luis Manuel Otero Alcántara y muchos otros artistas y escritores) y —según un criterio general— es una generación impetuosa que ha perdido el miedo y que, gracias a los medios de comunicación como internet y los teléfonos celulares, puede encaminar su influencia hacia el resto de la juventud en toda la isla. Así, esta enorme cantidad de miles de jóvenes termina por influir en otros tantos miles de miles de personas, incluso de generaciones anteriores, para entonces desembocar en el 11 de julio de 2021, con las descomunales y espontáneas manifestaciones que se dieron en más de 40 ciudades y pueblos de todo el país de manera simultánea, coordinadas o reveladas a través de los móviles y las redes sociales.

Una de las cosas trascendentalmente nuevas en todo esto —a mi modo de ver— es que el mundo ha podido constatar, de manera muy real, no solo las manifestaciones pacíficas de los cubanos pidiendo “libertad”, exclamando  “abajo la dictadura”, gritando “abajo el comunismo”, así como críticas y reproches, con variados matices de calificativos, contra el gobernante Miguel Díaz-Canel, el ministro de Salud Pública y otros dirigentes, sino que se ha demostrado asimismo, con una evidencia indiscutible, que todo lo que siempre ha dicho la dictadura, eso de que “el pueblo ha estado y está al lado de la ‘Revolución’”, ha sido una gigantesca falacia propagandística.

En realidad, hay que reconocer que lo sucedido los días 11 y 12 de julio de 2021 han sido hechos inesperados, por impensables. No existen expertos ni politólogos que hayan acertado. Ni en la ficción siquiera se ha podido entrever la posibilidad de protesta, con un estremecimiento tan humano y convincente, desde sus raíces, como el ocurrido en esos dos días.

Desde una perspectiva realista, objetivamente racional, sabemos que las cosas de este mundo no vienen mediante la magia, aun cuando algunas veces lo parezcan. Los hechos, los sucesos importantes, siempre tienen sus contextos precedentes. En este caso tendríamos que remontarnos al mes de noviembre de 2020, cuando el régimen castrista detiene y encarcela a un rapero contestatario del Movimiento San Isidro, Denis Solís, que en pocos días, sin ninguna garantía, es condenado a ocho meses de prisión. En días posteriores, surge el Movimiento 27 de Noviembre, de artistas e intelectuales que, en número creciente de unas 300 personas, se reúne frente al Ministerio de Cultura pidiendo pacíficamente entablar un diálogo con los altos funcionarios culturales. Pero estos no aceptan dialogar y tachan a esos artistas y escritores de gente vendida al imperio. A partir de aquí comienza a crearse una atmósfera de represión, de arrogancia e intransigencia por parte de la dictadura que demuestra la obsesión de mantener el poder a toda costa.

Estos hechos, de carácter cultural, se van sumando a las carencias de comida y medicinas, en mucho mayor medida que el estado de cosas que se había dado en el anterior Período Especial, y lo más importante: la paralización de la sanidad cubana ante la pandemia de la Covid-19 se siente como un colofón que solo lleva a la muerte. Todo el mundo sabe que el Gobierno miente, que altera y reduce las cifras de fallecidos por el virus, mientras que las funerarias no dan abasto. Colapsan, incluso, los cementerios, los hospitales y todo tipo de abastecimiento, se crean tumbas colectivas, mientras que las respuestas de los funcionarios son de impotencia y crasa negatividad. Los dirigentes le cargan la culpa al pueblo, a la bolsa negra, a la apatía al trabajo, al desorden y al supuesto afán de enriquecimiento de los cuentapropistas. El presidente designado convoca a las turbas revolucionarias para que ataquen toda manifestación de protesta (intenta lograr la división mediante la lucha de hermanos contra hermanos). Dan entrada a la playa de Varadero a grandes grupos de turistas rusos que llevan la variante delta de la pandemia, y que hacen que en las redes sociales explote la desesperación de pobladores de Matanzas y Cárdenas por falta de médicos en los hospitales. Vuelven los funcionarios, principalmente Miguel Díaz-Canel, a descargar la culpa de la pandemia, ahora, en específico, a los médicos y personal de salud. Estos reaccionan y aparece en internet, anónimamente, una carta pública, en la que los facultativos enumeran las deficiencias de cada uno de los funcionarios del Gobierno que tienen que ver con la salud y hasta señalan la falta de libertad con que ha contado siempre el país y la carencia de los medicamentos y comida, mientras que a los dirigentes comunistas no les falta nada. En todo este ínterin, la administración de Díaz-Canel saca una serie de decretos que atentan contra la libertad de expresión y hasta de creación, que son criticados y denunciados por la oposición tanto dentro como fuera de la isla. Surge entonces el Decreto-Ley 35, que atenta contra las telecomunicaciones, principalmente la internet y las redes sociales.

Muchas más cosas han sucedido, pero enumerarlas todas hasta el momento en que escribo estas palabras, sería hacer un libro de buen número de páginas.

Lo que más quiero resaltar en este artículo es que lo ocurrido los días 11 y 12 de julio pasado logra desnudar ante el mundo la farsa que la dictadura cubana y la izquierda mundial más agresiva y reaccionaria han divulgado sobre lo que ellos (los “líderes revolucionarios”) han dicho y adoctrinado siempre acerca de la Revolución cubana. En realidad, quien en el extranjero, por muy revolucionario que sea, haya conservado buena dosis de honestidad, y que vio, leyó y escuchó los videos, fotos y tuits sobre las crudas escenas de represión contra de miles de personas que protestaban pacíficamente en Cuba, y que además haya visto y valorado la inmensa caravana de cubanos exiliados que viajó desde Miami hasta Washington para pedirle al Gobierno estadounidense de Biden que acabara de ponerse del lado del pueblo cubano y trabajara por el uso gratis de internet a través de satélite en la Isla; esta persona, repito, que cuenta con dignidad y humanismo, tuvo que quitarse la venda de los ojos y descubrir que el espejismo cubano y sus mitos estructurales se han desmoronado de una vez por todas.

Independientemente de que el triunfo de la Revolución cubana haya constituido, en los primeros momentos, un extraordinario hecho histórico, ello no demoró mucho en comenzar a degenerar, y toda una nueva realidad de violencia (cacería de brujas, juicios amañados, fusilamientos, encarcelamientos, torturas, confiscaciones, entre otros), engaños y promesas que nunca se cumplieron ocuparon pronto cada rincón del país y el día a día de los habitantes de la Isla.

Este aparente fenómeno histórico, político, económico e intelectual que han querido hacer ver tanto el Gobierno cubano como la izquierda internacional, en realidad no ha sido tal. Más bien todo lo contrario, elementalmente el robo a mano armada de todo una nación, en la que a una mayoría del pueblo le saquearon sus pertenencias, sus patrimonios, incluyendo no solo sus propios cuerpos sino, lo peor de todo, sus voluntades y hasta sus almas.


Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras

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Manuel Gayol Mecías
Escritor, investigador literario y periodista cubano, ganó el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en 1992, y en el año 2004 el Premio Internacional de Cuento Enrique Labrador Ruiz del Círculo de Cultura Panamericano de Nueva York. Ha publicado, entre otros libros, “Retablo de la fábula” (poesía), “Valoración múltiple sobre Andrés Bello” (investigación), “El jaguar es un sueño de ámbar” (cuentos), “Marja y el ojo del Hacedor” (novela) y “La noche del Gran Godo” (cuentos). Reside en California.