La mano

La mano camina de costado, hacia atrás, siempre con sus dedos finos y saltones. Es una mano huesuda y arácnida, misteriosa y enrarecida bellamente por el tiempo. Mano que pronostica el futuro, que se llena de callos en las fábricas de los Acreditados y muchas veces se transforma en un puño rabioso. Mano que va y regresa al mismo lugar, que recorre las paredes y los muebles, que registra las gavetas, que abre cerraduras y ventanas buscando tesoros escondidos. Mano que ahora tamborilea sobre el lecho de un Acreditado, silenciosamente inquieta, porque ve una mosca que se posa sobre el cuerpo de la mujer, y entonces se mortifica y con la rapidez de un resorte escala la almohada para quedar al acecho, calculando la situación del insecto; y comienza a acercarse con sigilo, articulando sus movimientos, pero al disponerse a saltar oye el suspiro y la respiración acompasada del cuerpo, y la mano, con un movimiento brusco, se repliega.

Así, otras moscas vuelan libremente por la habitación y en un santiamén se detienen en la región de los Senos Erectos. En buena medida la mano da brinquitos y se excita por la ira que le producen esos dípteros. Sin embargo, es testaruda y hace que sus falanges corran a encaramarse de nuevo sobre la almohada. La palma, ahuecada y rígida, salta en el mismo instante que los insectos desaparecen y la mujer siente el golpetazo y se mueve y cambia de posición… De hecho, la mano ha quedado prendida de un seno para no resbalar y lentamente afloja su tensión, se hace flácida, calurosa. Ahora es una mano ardiente que se desliza por el tórax y soba el abdomen, se tiende plana, sin peso, con las coyunturas estiradas y la sangre corriendo por las falangetas. De esa forma, los dedos acarician las curvas de la cintura. Entonces el cuerpo se vira entreabriendo los muslos y, en unos segundos, la mano, convertida en un equipo de dátiles ágiles, merodea por la región de los Glúteos Insólitos. Y el Índice señala el camino por el cual los demás dedos comienzan a resbalar despacio hasta entrar en un sendero maravillosamente cálido. Enseguida, los muslos forman un escorzo propicio y el dedo privilegiado y autosuficiente del Hacedor penetra en la región del Buen Infierno, donde pasa a ser el Embolo Sagrado. Con movimientos acertados, profesionalmente compaginados, el dedo-émbolo va extrayendo el licor de la vulva. Y el cuerpo de la mujer (que puede ser el de alguien llamado Marja o de otras mujeres de cuerpos y nombres tan sugerentes como Charlize, Nicole, Mónica o la mismísima Cleopatra) se estremece, desprendiendo suspiros y susurros, y con respiración intensa y palabras incoherentes viene el jadeo, y los espasmos y los ruegos de placer, y en el instante infinito (porque esa es la imagen que con mayor fuerza se graba en la memoria), cuando el cuerpo se arquea entregando la sustancia vital, la mano del Hacedor se paraliza, queda expectante, y tan sólo dos segundos le bastan para comprender que está casi atrapada, porque ahora en la puerta de la habitación golpea el Acreditado, porque los ojos de la muchacha se han abierto y se incorporan en el lecho y la miran con un rostro engañado —pero que se sabe cómplice—, comprimido entre el terror y la ira, porque el Acreditado impertinente forcejea ya con la cerradura que cruje…

Y la mano salta de entre los muslos, con su humedad viscosa. Y tiene la certeza del momento fatal, cuando oye el grito de la mujer y la puerta que cede… Y la mano se precipita, corre al igual que una araña asustada, trepa por la ventana y se pierde en la oscuridad de la noche, entre las callejuelas de La Habana, como un cangrejo despavorido.


La mano pertenece al libro de relatos La noche del Gran Godo