Como las flores del cactus, el aforismo suele proliferar en los ambientes oscuros. Tal vez ello explique la puntualidad con la que cada cierto tiempo asistimos a su rebrote público. Sobre todo en días como los actuales. Pues, con todo y que los aforismos, junto a otros tipos de paremias, vienen haciendo lo suyo casi desde el inicio del habla humana, es en los momentos convulsos, enrarecidos e inestables cuando más se prodigan.
Posiblemente se deba a ese singular poder de concisión que le permite emitir chispas de lucidez en medio de la oscuridad, develando, de un plumazo, significaciones que de otra manera resultaría difícil resumir con tan pocas palabras (a veces ni con muchas), y con igual facilidad para la comprensión de cualquier clase de destinatario, en cualquier lengua.
El aforismo es aquello que leemos más allá de la página, lo que no deja lugar para certezas irremplazables. Una suerte de atajo dado a diseminar fronteras entre la poesía y la filosofía.
No en balde esa ductilidad que le faculta para alumbrar a todos, de acuerdo con los horizontes de cada cual, a la vez que todos se sienten por igual motivados para desgranar sus propios aforismos. Y aún más actualmente, con el auge de las nuevas tecnologías y las redes de comunicación social. ¿Quién que es no ha encajado en Facebook su dardo, como solía llamarles Nietzsche, o se ha resistido a la tentación de lanzar algún que otro “pensamiento estrangulado”, que es como solía denominarlos Cioran?
Entre los cubanos será difícil hallar una sola excepción. Con lo mucho que nos gusta aleccionar y con nuestra marcada tendencia al énfasis y a decirlo todo en octosílabos, pareciera que nacimos destinados a convertirnos en los campeones del aforismo en las redes.
Sin embargo, llama la atención la escasez de libros sobre este género que han sido publicados por escritores cubanos contemporáneos. ¿Será que preferimos reservar el aforismo, la sentencia, el adagio –con el resto de la parentela- para el lenguaje oral o circunstancial, mientras que algún raro pudor nos frena a la hora de plasmarlos en libros cuyos predecesores conforman ejemplos de gran valía en la historia del pensamiento y la literatura?
Afortunadamente, resulta más fácil hallar excepciones en este caso. Sin ir lejos, no hace mucho comentábamos Meditaciones de Cantinflas o el intérprete digital en la Sociedad del Disparate, afinado, oportuno, delicioso y agudo libro de aforismos con el que Armando Añel desmonta temores sobre nuestra cortedad ante el género como literatura.
Y ahora, además, la suerte ha traído a nuestras manos Breviario de identidad, otro magnífico volumen de aforismos, escrito por el cubano José M. Betancourt, quien se ha tomado a pecho, sin duda, la colocación del género entre las prioridades de nuestra literatura de hoy. Lo mejor es que parece haberlo hecho sin que le sonrojara la expectativa de codearse con sus más serios e ilustres hacedores históricos, llámense Wittgenstein, Pascal, Séneca, Lao Tse o La Bruyére… todos identificables en una de sus dos principales corrientes de influencias, mientras que en la otra domina Nietzsche, como el clásico elefante que mantiene en vilo a los ocupantes del extremo contrario en el cachumbambé.
“El poder, que por siglos escribió la historia, ha sido degradado a desmentirla”. “A efectos de frustrar el vuelo, sirve igual dar alas enormes como cortarlas”. “La libertad no existe sino a puertas cerradas; el menor contacto con el exterior la compromete”. “Cuando lo único que tengo es que elegir, tengo una pérdida”. “El comunismo y el fascismo son siameses que se aborrecen por su incapacidad de separarse”. “El sentido común no es una meta, es un límite”. He aquí, a modo de un ligero piscolabis, algunos de los dardos con que José M. Betancourt nos adentra en su nietzscheana y a la vez muy cubana manera de reanimar el aforismo también en nuestros medios literarios. Enhorabuena.
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