Matar el hambre: Del aguacate criollo y otros desencuentros

Ah querido y nunca bien ponderado hombre nuevo estresado en Homestead, Sweetwater, Pembroke Pines… cuántas maravillosas sutilezas culinarias están o podrían estar enriqueciendo tu paladar ahora mismo. Pero te niegas a abrirte al mundo, como quería el Papa, y solo sabes hablar de que el aguacate no sabe igual que en Cuba o de que las hamburguesas de McDonald’s supuestamente están hechas con vísceras podridas.

Recuerda, el problema no es la realidad, la vida, la gente: el problema eres tú, secuestrado por el vago recuerdo del sabor de un aguacate degustado con 62,000 milenios de hambre acumulada.

Mientras en China comen perros, pangolines, murciélagos y hasta cucarachas todos los días; mientras en Cuba revenden pollo viejo, retoman la dieta a base de gato y desaparecen al caracol gigante africano, McDonald’s alimenta eficazmente a casi 70 millones de personas en el mundo. Eso se llama desarrollo, bienestar, nutrición, carne, bacon, lechuga, tomate, mayonesa, ketchup, papitas fritas. Eso se llama matar el hambre, que es lo que hay que desaparecer en primer lugar en este mundo signado por el disparate y la inanición. Y encima es sabroso. Y encima todavía hay gente que se queja de la inexistencia del aguacate «criollo».

En ciertas circunstancias, todo aguacate es un tesoro, pero en todas las circunstancias la vida es insustituible. El recuerdo no la puede edulcorar.