27 de febrero de 2021. Un hombre que solo desea trabajar, y es multado por ello -en Caibarién, al centro de Cuba-, decide rebelarse contra la injusticia, también contra el hambre, y se manifiesta sobre su vehículo reuniendo a una multitud que lo apoya y grita «¡Quítenle la multa!» y «¡Patria y vida!».
Según los funcionarios de la dictadura, el vendedor -de dulces-, descalificado por un reportero oficialista por supuestamente padecer “trastornos mentales”, violó las «disposiciones sanitarias que prohíben la venta ambulatoria de productos durante la fase de Transmisión Autóctona Limitada y, en correspondencia con lo dispuesto en el Decreto 31 del 2021 del Consejo de Ministros, recibió una multa de 2 mil pesos”. En cualquier caso, más allá de la metatranca oficial, la multa fue retirada… o eso parece.
¿Qué nos recuerda todo esto?
17 de diciembre de 2010. Túnez, cuna de la Primavera Árabe coordinada a través de Internet. El vendedor Muhammad Bouazizi se prende fuego luego de que las autoridades desarbolaran su pequeño puesto de frutas, para el que no tenía licencia (a pesar de que el director de la oficina estatal para el empleo había declarado que no era necesario pedir permiso “para vender con una carreta”). La ira popular toma cuerpo tras la inmolación del joven y el resto es historia: se desata la revuelta popular de 2010-2011 que provoca la huida del dictador Zine El Abidine Ben Ali tras haber permanecido veinticuatro años en el poder.
En la protesta de Caibarién solo faltó el detonante de la inmolación, más propio de culturas orientales, ciertamente, pero cabe subrayar que en países como Egipto, Túnez, Libia o Siria, los manifestantes no se echaron a las calles pidiendo derechos humanos en abstracto, o no solo, sino para sacar del poder a gobernantes que percibían arrogantes, corruptos, incapaces de generar empleo o un aceptable nivel de vida. Se asumían injustamente relegados (y este concepto, el de justicia, resulta clave para entender lo ocurrido en Caibarién y lo por ocurrir en Cuba de mantenerse el actual estado de injusticia, opresión y miseria).
Todo lo cual pone de relieve una circunstancia que el régimen cubano no debería pasar por alto: no hay sistemas, ni siquiera culturas, inamovibles o eternos. El cambio se impone a la corta o a la larga y en un mundo cada vez más conectado por las nuevas tecnologías nada es irrevocable, tampoco el socialismo por mucho que intente vender ese concepto el oficialismo procastrista.
“Las cazuelas ya no tienen jama”. Cuba arde de impaciencia ante el abuso y el horno, nunca mejor dicho, no está para pastelitos. Con un Internet cada vez más extendido, como ocurrió durante la Primavera Árabe, es posible coordinar la Gran Liberación Cubana. “Patria y vida” parece que será el hilo conductor.