El reguetonero Yomil Hidalgo ha querido parecerse al displicente Abel Prieto Jiménez [ex ministro de Cultura de Cuba y ex asesor del general Raúl Castro].
Para tamaña empresa ha elegido, el reguetonero, un atajo que finalmente lo deja a descubierto. En cueros. En la postura harapienta común a toda persona malagradecida.
«Yo nunca voy apoyar a los que ganan dinero a costilla del sufrimiento de un pueblo de a pie», aventuró el reguetonero a la par que el displicente ex ministro y ex asesor insistió en que «se nos coló la contrarrevolución en el tejido de la cultura».
Ambos, el reguetonero y el displicente, se refieren al Movimiento San Isidro.
Antaño, cuando el displicente ocupaba el sillón del ministerio de Cultura, fue un verdugo contra el reguetón en la isla. Fue implacable y en disímiles ocasiones, tanto en público como en privado, tildó a este género musical como subcultura, el menos ofensivo de los epítetos que utilizó en aquel entonces.
Hoy el reguetonero le sirve de paladín, como una especie curiosa de lacayo a distancia, casi por control remoto.
Y es que el reguetonero padece un rarísimo déficit de memoria. Decidió recordar, para justificar su actitud musulunga, la «falta de respeto» que desde el Movimiento San Isidro cometieran contra su persona. Sin embargo, decidió olvidar que ese mismo Movimiento San Isidro se solidarizó con su persona tras la muerte de El Dany, su compañero de fórmula en su proyecto musical.
Lo realmente inaudito no es que el reguetonero se afiliara a la carroza del régimen, sino que su cortedad mental [su otro padecimiento] no le alcanzara para sacar una simple conclusión por historia demostrada: Quien ha ganado dinero, cientos de millones de dólares, a costilla del sufrimiento del pueblo de a pie y durante seis largas décadas, ha sido el Partido Comunista.
El reguetonero habla de dinero en un contexto que exige dos fundamentos básicos: principios morales y ética personal. Comete el mismo lapsus calami que su alter ego, el displicente: responde con un discurso administrativo ante una interrogante ideológica.
De cualquier manera, debemos agradecer a ambos, al reguetonero y al displicente, que hayan puesto sus cartas sobre la mesa [que ocultaban bajo la manga], y recordarnos aquel delicioso estribillo sonero:
🎶Estaba la langosta en su salsa… y no me la comí porque estaba muy salá🎶.
De la serie ‘Jugadas apretadas’