¿Quién habría de querer a una mosca?

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En tiempos en que cada vez se lee menos y el gran mercado del libro revalida su histórico prejuicio contra la poesía, resulta especialmente grato conocer que el poemario de un cubano está conquistando lugares punteros entre los más vendidos del gigante Amazon.

También es noticia que sorprende, porque ese poemario, País sin moscas y otros poemas, de Félix Anesio, no pertenece al tipo de libro que, según los tópicos, adula al lector-comprador procurando dejarlo a buen abrigo entre sus prejuicios y convenciones, sino que más bien parece estar dirigido a provocarlo, develándole verdades incómodas y acercándolo con mayor y menor sutileza a los embrollos y a los feos matices de su realidad.

¿Por qué razón entonces sobresalen sus niveles de venta en un mercado en que los libros se cuentan como millonésimos granos de un arenal con dimensiones monstruosas? Ya que no tengo la respuesta, pues explicar la poesía me parece un ejercicio inútil y además tan fatuo como la pretensión de enrejar el horizonte, prefiero responder esa pregunta con otra: ¿por qué este libro no podría ser demandado en grande si posee la calidad idónea para el éxito?

En País sin moscas y otros poemas, Anesio magnifica la vida corriente al insuflarle poesía a los aconteceres y a las cosas que supuestamente no suelen inspirar al poeta: cucarachas, avispas, hormigas bravas, basura sobre basura, alimañas… “Lo fino, lo sublime, échalo a un lado./Que no lo vea nadie, que en fin/no produce dividendos…”, aconseja en el poema Carnicería, a modo de irreverente choteo. Sin embargo, a través de esa peculiaridad con la que lleva al verso su voz de persona, el poeta se las agencia para que algún milagro de consustanciación se produzca en el trasiego, haciendo posible la consagración como arte poético de eso a lo que llamamos en Cuba filosofía de café con leche, lo que es decir un gozoso discurso meditativo, plural en los asuntos y con el equilibrio exacto entre gravedad y ligereza para enriquecer conceptos que se ocultan dentro de otros conceptos, como los mejillones en sus conchas: “dios es una navaja afilada en las manos de/ un niño/ o /dios es un niño con una navaja afilada en las manos”.

Cierto personaje de Cortázar, al comparar las piezas poéticas que escribe con los huevos que pone una gallina, categoriza a la poesía como un desecho natural del cuerpo. Se trata de una buena ocurrencia, siempre que apreciemos el ingenio con que este autor oculta bajo la ironía el verdadero significado del símil, dado en que la gallina, mediante cada huevo que pone, no sólo se recrea a sí misma, también garantiza la trascendencia de su género.

Algo parecido ocurre con esas expresiones o lugares comunes, cuasi desechos del idioma, que Anesio reactiva y ennoblece al emplearlas para ensanchar los contornos de su poesía, aun cuando, desde luego, no se nutre únicamente de tales sustancias. No más faltara que la realidad fáctica fuese suficiente como materia prima para los buenos poetas.

Entre las páginas de País sin moscas y otros poemas se codean del modo más orgánico la ordinario y lo sublime: desde el zas, zas, zas de la carnicería, “Colecta de grosuras e inmundicias/ para quemar en el altar del dios pueblo…”, hasta la fineza de «El callejón de los vencidos», poema de alto vuelo y estremecedor donde los haya, que no gratuitamente está dedicado al exquisito escritor y dibujante judeo-polaco Bruno Schulz.

Justo en “País sin moscas”, la pieza que da título al libro, Félix Anesio le pregunta a su madre, o más bien al recuerdo de su madre: “, ¿quién habría de querer a una mosca?”. Son criaturas de Dios, contesta ella, ya que siempre se espera lo mejor de una madre. Pero lo cierto es que hay moscas y moscas, unas queribles y otras no. Las moscas de Monterroso, o las de Proust, la mosca moribunda de Marguerite Duras, o aquella a la que Wittgenstein quiso enseñarle cómo escapar del frasco, pueden ser iguales pero no son las mismas que vienen a posarse en tu plato después de haber buceado en el vertedero.

Otro tanto ocurre con los libros, incluso con los que llegan a alcanzar elevados niveles de venta. Hay libros y libros. Así que en última instancia, lo sorprendente y extraño no debiera ser el éxito comercial de Félix Anesio con este magnífico poemario, sino la obstinada apatía de los lectores-compradores ante las obras de tantos otros buenos poetas.


 

José Hugo Fernández
José Hugo Fernández
El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.

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