En un montón de perros apagados

Federico García Lorca

 

Porque te has muerto para siempre,

como todos los muertos de la Tierra,

como todos los muertos que se olvidan

en un montón de perros apagados.

Federico García Lorca


Buscar al que alucina y se agota en tanta infinitud y desborde, el que unge el nuevo canto para que despertemos en la primera mañana del mundo. El que nos acompañará en la marcha hacia el progreso y hacia la reconciliación con las palabras. Y lo seguimos en esa multitud, entre la muerte y la ausencia, entre el recuerdo y el deseo. Porque la muerte llega y el deseo también llega, insondable como la luz, a saturar nuestra amargura, a completar lo terrible del vértigo y la espera.

Porque todo es ausencia, un develamiento de la soledad en su ruido. Entonces nos salvará la búsqueda, encontrar al otro, ese que persigue entre las sombras las delicadas criaturas del aire, los pájaros que pueden ser rocas blancas con ayuda de la luna, pero que son siempre muchachos heridosY no es el pájaro el que expresa la turbia fiebre de la laguna, ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento, ni el metálico rumor del suicidio que nos acompaña cada mañana. Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo; porque si de un lado está la eternidad, lo abierto, el verde renovado y místico de la luz, la nitidez gloriosa de los ángeles ascendiendo, lo crepuscular llenándose de pájaros en sus vuelos alegres, del otro lado está la nostalgia más cercana al abismo. El rojo y negro infinito de las fábulas que trizan el corazón, ese otro horizonte donde tiene lugar el recogimiento de lo infernal y el desarreglo del hombre en su espeluznante herida.

¡Qué serafín de llamas busco!… ¡qué flecha aguda exprime de la rosa su palabra! Habrá que seguirlo ceremonial en el vivaz reflejo de la luna, la luna sin establo donde crepitan los insectos solos, la luna que es un guante de humo, que incendia los cañaverales y deja un rastro vivo. Buscarlo en el bullicio de las ciudades que no duermen, bajo los puentes donde se sientan los mendigos, en los velorios, en el llanto que sube de la herida y de la ausencia más atroz. Buscarlo en los gemidos de todas las parturientas, en lo que no nace y se desangra como un sol en su propio celaje, los que mueren de parto y saben que, en la última hora, todo rumor será piedra y toda huella latido.

Habrá que buscarlo en el aire, en su cacería, bajo el inocente color de la pólvora y los crepúsculos, en la rima dolorosa de la nieve que viaja dentro de la brasa, en los sitios de todos los gitanos, en el cante jondo y la danza. Buscarlo en las bodas con prisa porque no hay quien reparta el pan y el vino. Seguirlo por los andamios de los arrabales y por las graderías. Tras las largas caravanas que se pierden en el punzón oscuro de las aguas.  Tras las neblinas sonoras de los cementerios, en la estremecida violeta sangrante de la noche final. Por las plazas por donde se pierde, el espacio vivo de ese loco unisón de la luz, que bulle en el desembarcadero de la sangre. Plaza de cielo extraño, donde los peces agonizan dentro de los troncos, y se hunde esa frente donde los sueños gimen, sin tener agua curva ni cipreses helados, y los musgos y la hierba abren con dedos seguros la flor de su calavera.

Buscar hasta encontrar al niño, al niño y su agonía, con la ciudad dormida en la garganta y dos verdes lluvias enlazadas.  Al niño que se pierde en la noche sin canto de los peces y en la maleza blanca del humo congelado. Habrá que perseguirlo hasta la sangre. La sangre que pasa por paisajes hidráulicos, que va desde las máquinas hasta las cataratas, y del espíritu hasta la lengua de la cobra. Buscarlo en sus lunas gloriosas, entre hierros y duendes, tras el agua abismada de todos los silencios. Allí donde se pierde el amor, el amor que está en las carnes desgarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha contra la inundación. En los fosos donde las sierpes del hambre dejan su oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Habrá que perseguirlo dentro de todas las blancuras y los silencios, en los herbazales nocturnos, entre los minerales lluviosos de todas las soledades. Vigilar con él, los interminables trenes que pasan bajo los escombros de todas las estaciones. El triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas, y esos barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilamente. Sitios abandonados donde solo encuentro: marineros echados sobre las barandillas y las pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve, paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas, para que venga la luz desmedida y venga también, un silencio que no tenga, trajes rotos y cáscaras y llanto.

Habrá que juntar los puñales, el temblor de los verdes girasoles, las noches en su verbena sagrada, para encontrarlo infeliz y diminuto, incólume, ensimismado en la rima gloriosa, en el desorden del verso que crece sonoro, rítmico. Vedlo inalcanzable y nuestro en cada línea, puro y nuestro, salvado en esa libertad que es el recuerdo. Habrá que buscar para encontrarlo en ese único espacio, donde late la vida, seguirle hasta perdernos con él, en la quemadura que mantiene viva todas las cosas. Seguirlo hasta derribar el muro que nos separa de los muertos.


 

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Odalys Interián
(La Habana, 1968), poeta, y narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Entre sus publicaciones están los poemarios 'Respiro invariable' (La Habana, 2008), 'Salmo y Blues' (Miami, 2017), 'Sin que te brille Dios' (Miami, 2017), 'Esta palabra mía que tú ordenas' (Miami, 2017), y 'Atráeme contigo', en colaboración con el poeta mexicano Germán Rizo (Oregón, 2017). Sus ensayos literarios aparecen en 'Acercamiento a la poesía' (Miami, 2018). En su actual ciudad de residencia ha sido premiada en el concurso internacional de poesía Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras 2017. Fue merecedora del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Su obra ha aparecido en revistas y antologías de varios países. Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en el concurso de poesía Dulce María Loynaz 2018.