Un pez fantasma en una alberca sin agua

Imagen cortesía Pixabay

“La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia”, diría Aldo Pellegrini.  Algo así ocurre cuando nos acercamos a la poesía de Andrés E. Díaz Castro: sus poemas iluminan intensamente la imaginación con fulgor propio. Para descubrir al excelente poeta que es Andrés basta con seguirlo en sus publicaciones diarias de Facebook. Pero al leer su libro En el segundo cero, coincidimos con las palabras que escribió Abel German en el prólogo: “estos poemas vistos en el conjunto —y en su obligada interrelación— terminan completando una sensibilidad, una visión y una filosofía, sin dudas únicas y enriquecedoras”. 

Adentrarnos en ese universo íntimo donde gravita su poesía es como asistir a una extraña fiesta. Palpamos ese aire amarillo que recorre las cortinas de los retornos, la mirada abismal sin párpado que va tras el humo drástico de los incendios apagados. Todo adquiere plasticidad y trascendencia, la sutileza con que discurren sus versos, la manera de llevar la palabra hacia la poesía y encumbrarla, el tono epigramático y la magistral sencillez con que edifica sus versos, donde lo insondable se vuelve inteligible, comunicable.  Porque si la expresión corre hacia lo ilimitado, su lenguaje henchido de rigor irá a lo primordial, a lo inapelable, a lo irremediablemente necesario, como anotara José Hugo Fernández: “podría decirse que su poesía se muestra destinada a cumplir cierta máxima aspiración de Leopardi, quien pretendió limpiar el lenguaje de todo artificio, hasta un punto en que fuera posible conseguir que cada poema pesara menos que el resplandor de la luna”. Una máxima que podemos encontrar en casi todos sus textos:

yo

y los demás

somos peces

buscando migajas de aire

peces

que simulamos en el agua

nuestros sueños de pájaros

y

un anzuelo solidario

nos invita

a una fiesta de alas.

Las palabras de Andrés tienen un tenue barniz de castidad, una perversión en potencia que seduce y uno se acerca y las contempla. La línea de su lírica, tensada, sin temblor, avanza dueña de sí. Porque más que nutrirse con los diálogos literarios de toda una tradición, la gran vena que alimenta su escritura es la búsqueda de un Absoluto que se encuentra en su propia realidad. Poseedor de una cultura sólida, que se sustenta en sus propias experiencias, en la historia familiar o personal, o en la memoria de una cotidianidad que revelará su ser en el mundo.

Y lo encontramos cercano a todas las realidades. Su realidad de pájaros, de árboles, de tierra, de relojes y sombras, de suburbios que corren por la noche, de espacios llenos de silencio, de mucho silencio y nombres. Y lo acompañamos en el placer de deshojar sonidos en esa flor del silencio; para escuchar más allá del sonido, más allá de la oscura intención de la música: el lenguaje íntimo del poema, la huella inaudible de sus aullidos, y es un aullido múltiple, similar al grito interminable hiperbolizado por Munch, un grito que se alza desde el corazón del vacío… un aullido sordo de animal extinto /un silencio acusador /como un dedo /que debiera ser de Dios. Si bien su poesía expresa la visión escéptica del mundo contemporáneo, encontramos en sus versos un sentimiento de culpa que no logra solaparse del todo.  

Hay momentos en que el poeta quisiera ver solo con los ojos. Ver la realidad desnuda con toda su carga provocativa, sus incorrecciones, hasta su nada profunda, hasta su útero cósmico, donde se generan todas las pasiones y sus muertes… —nos dice—, seguramente estaré allí en posición fetal esperando ser expulsado al Reino del misterio que curiosamente lleva mi nombre. Pero, la realidad a veces es un poema insondable, donde no van a faltar esos colores que brotan del pasado, rostros, perfumes, el sonido de ciertos pasos…

Poesía de la rememoración, testimonio del yo que busca conciliarse con versos y otras brevedades, que ve pasar su sombra por las aceras de una ciudad que ni siquiera lo acoge, y mira este otro lugar de sí mismo que le va devorando… La imagen simplemente ilegible que ha convertido en indescifrable el diálogo del niño con esa realidad tocada por la ausencia. Los poetas —nos dice Andrés— tienen revelaciones que no caben en los poemas. Sirve la poesía entonces para indagar en las inquietudes y las certezas del que escribe, para alcanzar ese universo de vivencias, realidades que son escombros de otras realidades, reminiscencias donde se oculta la memoria de la infancia, un adentro inhabitable, el paisaje familiar sombrío por el paso del tiempo, por esos instantes que no fueron dulces… por esos recuerdos con un fuerte olor a antiguos rechazos.

Y hay cuervos ciegos sobrevolando la carroña de la infancia. Un fulgor entre tinieblas /temblor de párpado que se despereza para ver la eternidad y se diluye en un verso revelación…  ¿A quién perdonas cuando olvidas? Una pregunta que responde casi toda la poesía de Andrés. La pregunta como respuesta imponderable de la angustia. Por eso prefiere el olvido, que es una forma del perdón, aunque otras veces le gustaría saber lo que gorjea /en la íntima soledad /del poema /Saber —nos dice— qué avecita de lumbre anida /en las ramas de mi amnesia. Si como dice Gelman, “uno escribe para curarse de una obsesión que interroga”, en Andrés ese estado parece ser permanente: uno dice soy /sin saber por /y para qué.  Poesía que se debate entre el ríspido silencio de las derrotas cotidianas y los gritos contenidos /en la dolorosa censura de la garganta. Él es el que habita: una zona honda /pulcra /una zona de silencios /y soledades sin formas:

está dentro de mí

y al otro lado

una zona donde nadie me conoce

porque no hay nadie

y los espejos están rotos.

Hermeticidad, simulación, ocultamiento, espejos rotos que no mostrarán nada, ni siquiera la imagen que es reflejo del que escribe. El poeta es la silueta que está al fondo de un paseo desolado inalcanzable… donde estoy también es un horizonte para otros que buscan… Él es el hombre que expone su herida como un trofeo de vulnerabilidad; pero sabe que la herida es una puerta, que la poesía es una puerta por la que se va el hombre que se nos parece. Y la puerta es un motivo reiterado en su poesía, símbolo de los límites, con su carga de significado y misterio. Puertas clausuradas, puertas cerradas, una puerta que se abre en un muro sin puerta, una puerta infranqueable siempre abierta hacia esa eternidad que es la poesía.

La escritura como estrategia de resistencia, de ahí que el poeta le confiera una misión ineludible, sacra al acto de dar testimonio a través de una escritura incesante. La conjunción entre el ser y la naturaleza está en el centro de su poética, donde, además de exponer su irrealidad verdadera, no puede ocultar el lamento por su triste condición perecedera, y donde la ironía es un recurso asumido contra la indefensión y la incertidumbre que lo agobia.  En cierto sentido sus poemas son como una extensión de su persona, encarnan en su manera de percibir —y recrear— la realidad.  Podemos escuchar su imaginación, las imágenes se vuelven ideas y crean un universo lingüístico, suficiente en ocasiones por su capacidad de conmover. Andrés escribe:

Me asusta el confort cuando sé sopla el caos, no puedo ignorar los temblores que anuncian reajustes de todas las cortezas y ese olor a azufre que brota de la tierra donde las hojas se pudren. Me asusta esta resignación satisfecha, esta entrega. Me he convertido en un grotesco niño cansado que garabatea en la arena el rostro del ángel que falta, siempre el ángel, el ángel sin alas que me saluda desde el columpio oxidado de su ausencia.

El poeta es siempre un lector del mundo y de la vida, en medio de tanta desesperanza acepta a la poesía como un ejercicio de fe, y es sagrado el hálito vital que imprime al acto de contemplación, la motivación que lo lleva a continuar la búsqueda, a descubrir la esencia de la verdadera libertad que está en el conocimiento. Si hay algo en lo que concuerdo con Nietzsche es en esa estremecedora certeza de que el poeta sabe más de lo que pueden saber los otros.

A menudo el autor crea verdaderos ambientes para ofrecer una fijeza, una resistencia contra el caos y la disolución; pero hay momentos en que lo vence la añoranza y una amarga tristeza: no me engaño la luz es un recurso /un modo de orientación en el caos. Asumo la belleza como una costumbre. Algo que asocio a tus ojos y a la vibración de tu nombre…  Caen y caen sus versos venturosos y húmedos… alfombrando el sendero de la melancolía… He mirado con la feroz tristeza de los desgarros… Ahora que vuelan en círculos las palabras que no dije /palabras carroñeras sobre el incorrupto cadáver de mis ilusiones… Ahora me volveré cazador en el coto de una renovada posibilidad.  El poeta se siente un pez fantasma en una alberca sin agua…    Un día abres los ojos y tienes constancia de la metamorfosis /Te has convertido en crisálida /Inmóvil /Muriendo.  El mundo exterior es ahora una ficción; el interior es un intento de normalidad en el aislamiento, donde se queda la luz abierta de un relámpago, los ruidos despiertos del poema. El poema que se escribe con un hondo silencio.

La poesía verdadera estará fundando siempre una esperanza, no importa que declare el sinsentido de la existencia, que hable desde el inconformismo, que se exprese con sarcasmos, no importa que recoja la memoria del dolor y el sentimiento de pérdida, que refleje la trágica y dolorosa consumación de los destinos humanos.  Ella irá en incesante apertura, alimentándose de futuro, gracias a su capacidad visionaria, y a esa fuerza transformadora.  Andrés sabe que la poesía es mucho más que declarar certezas, porque el compromiso del poema es el milagro, y nos lo ha dicho creyéndolo, y le creemos, por esas imágenes llenas de encendidas palpitaciones que suenan como verdaderos prodigios, como esas gaviotas que han renunciado al mar para picar migajas de infierno… o como ese mar de tiempo sobrevolado por horas y sombras. Es un deleite la manera como logra despojar las palabras de su vacuidad para forjarlas perdurablemente:   Así por nombrarte acudo a mí resurrección con las manos lavadas… hay mucha ciudad en las saetas florecidas…   El dinamismo y la belleza que imprime a ciertas frases, esas afirmaciones rotundas que consiguen un efecto puntual y sosegado: morir es una pausani ella ni yo le gustamos a la muerte… mejor volar, aunque el precio sea creer en los ángeles. Hay que acercarse a lo que implica la visión vibrante, nutricia, y vamos oyendo, como diría Martí, con las palmas abiertas al aire, el canto de las cosas, un canto nocturno que tenga la medida de mi dolor como pedía Saint-John Perse, y que en Andrés sería su canción pétrea /fórmula para el milagro.

La poesía es canción entonces, canto en la armonización del lenguaje que busca abrazarnos con su candor y verdad, con su pluralidad de voces. El poeta es el hombre total que canta desde sí y hacia el universo, que lleva los círculos musicales de su lírica hacia la creación.  Como el cuervo mensajero de los sueños que vuela en pos de la piedra filosofal, él es el que va, con los ojos cerrados siguiéndole el vuelo /hacia esa eclosión de luz y libertad. Su poesía sirve para alumbrarnos en la peor oscuridad —nos dice— no importa si mi lámpara /apenas ahuyenta las sombras a mi paso… sus versos sobrios y bien hilados mientras alumbran, van repitiendo… ¡Sea la luz!… ¡Sea la luz!


 

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Odalys Interián
(La Habana, 1968), poeta, y narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Entre sus publicaciones están los poemarios 'Respiro invariable' (La Habana, 2008), 'Salmo y Blues' (Miami, 2017), 'Sin que te brille Dios' (Miami, 2017), 'Esta palabra mía que tú ordenas' (Miami, 2017), y 'Atráeme contigo', en colaboración con el poeta mexicano Germán Rizo (Oregón, 2017). Sus ensayos literarios aparecen en 'Acercamiento a la poesía' (Miami, 2018). En su actual ciudad de residencia ha sido premiada en el concurso internacional de poesía Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras 2017. Fue merecedora del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Su obra ha aparecido en revistas y antologías de varios países. Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en el concurso de poesía Dulce María Loynaz 2018.