Ecos del trinar montuno

Adalberto Guerra (Facebook)

No siempre la singularidad es subversiva. O no del modo en que lo establecen los tópicos. En los días que corren, y en particular dentro del ámbito literario, lo singular se manifiesta con frecuencia en el regreso a las fuentes, en la recreación actualizada de formas y temas clásicos. Las que eran asumidas hasta hace poco como apuestas conservadoras, pasan hoy a ser subversivas en tanto rompen, del modo más auténtico, con lo supuestamente “moderno”, marcado por las frivolidades o superficialidades que les son propias a la actual crisis general de valores.

Con agrado y muy puntual interés he venido observando lo que ocurre al respecto entre algunos escritores cubanos de las últimas generaciones, dedicados a retomar la temática y los motivos rurales, apostando, además, por la tonificación de géneros que le dieron realce dentro del panorama de la literatura hispanoamericana: la poesía (y en especial la décima), pero también la narrativa.

Ahora mismo, la Biblioteca Visual de Autores Cubanos, del canal de YouTube Sentado en el Aire, ha puesto en circulación tres cuentos de Adalberto Guerra (AD Guerra), que tipifican sobresalientemente la tendencia, a la vez que reclaman nuestra atención hacia el quehacer del autor, no muy conocido entre nosotros (como suele ocurrir), a pesar del talento y la madurez profesional que demuestra en esas tres piezas, a las cuales, para mayor deleite, accedemos mediante la lectura del propio AD, quien colorea cada frase, saboreando las entonaciones, como si pretendiera hacernos ver a través del oído, a la manera en que lo hacían los antiguos poetas guajiros.

No en balde afirma haber llegado a la literatura por conducto de las canturías campesinas, allá en su natal San Antonio de Cabezas, provincia de Matanzas. Así que tampoco es casual que él mismo sea un poeta repentista y que, entre otras variantes, cultive la décima con un pie en la tradición y el otro en la modernidad -bien entendida para el caso-, algo que resulta fácil y muy placentero constatar en las presentaciones de Sentado en el Aire, donde también lee décimas de impecable factura y con genuino aire del campo, pertenecientes a su libro De tus ojos de ciruelas.

Ya conocemos que el abandono de las tradiciones y las formas artísticas del campo ha sido una consecuencia (otra) del éxodo de la gente de tierra adentro hacia las ciudades, en busca de mejores condiciones de vida. También sabemos que no constituye un problema exclusivo de Cuba. Si acaso entre nosotros presenta alguna que otra peculiaridad, derivada de las calamitosas esencias del sistema de dominio político que padecemos desde hace tanto tiempo. Nuestro entorno guajiro apenas ha sobrevivido entre los restos de una cultura urbana que, no obstante su propia indigencia, margina lo rural y ningunea sus expresiones artísticas por considerarlas pobres antiguallas.

En el mejor de los casos (que tal vez sea el peor) unas pocas manifestaciones del campo cubano han quedado cual objetos de exhibición como en vidrieras para estudiosos, historiadores y turistas.

Por eso es realmente vivificador el empuje de estas actuales hornadas de escritores (nacidos por lo general en pueblos y ciudades de provincias del interior de la Isla) que hoy se empeñan en la búsqueda de nuevas dimensiones internacionales para los ecos del trinar del monte, devolviendo a las tradiciones del terruño el crédito que nunca debieron perder en nuestra escala de valores patrios.

Y a juzgar por lo que he visto y escuchado, AD Guerra ocupa sin dudas un lugar descollante dentro del grupo. Los tres cuentos que mencioné anteriormente, “La cosa que mató a Mencho Feralta”, “Gente de campo” y “La regla de Giménez” (extraídos del libro Exorno para una salamandra), confirman su agudo y sensible adentramiento en las fuentes de la tradición oral campesina, al tiempo que lo muestran como un renovador que sabe muy bien lo que se trae entre manos.

Si acaso alguien considera que sus narraciones se aproximan demasiado a las de Onelio Jorge Cardoso, no tengo a menos darle la razón, pero con un reparo personal de por medio: Onelio, un buen cuentista (y buena persona, según cuentan) perdió la mejor etapa de su evolución artística en el fuego arrasador del fidelismo. Debe ser el motivo por el que, aun cuando por momentos lograra darle alcance universal a temáticas regionales de Cuba, no alinea hoy entre los más emblemáticos cuentistas hispanoamericanos, por más que nosotros nos encaprichemos en que lo merece.

Entonces es justo y necesario que AD Guerra y los demás que ahora beben del ruralismo, encuentren en la obra de Onelio un fundamento invadeable, pero sin perder de vista que la historia es otra y las circunstancias les ofrecen la ocasión idónea para trascender los límites del patrón.


 

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José Hugo Fernández
El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Mujer con rosa en el pubis”, “Florángel”, “El sapo que se tragó la luna”, “La tarántula roja”, “Cacería”, “Agnes La Giganta” o “El hombre con la sombra de humo”; los libros de relatos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, “Muerto vivo en Silkeborg” o “La novia del monstruo”. Los libros de ensayos y de crónicas “Las formas del olvido”, “El huevo de Hitchcock”, “Siluetas contra el muro”, “Los timbales de Dios”, “La explosión del cometa”, “Habana Cool”, “Rizos de miedo en La Habana”, “Una brizna de polen sobre el abismo”, “La que destapa los truenos”, o “Entre Cantinflas y Buster Keaton”. Trabajó como periodista independiente en La Habana durante más de 20 años. Reside actualmente en Miami.