Decía sobre Revolución a la carta, primer libro de la serie de Nefasto dedicado en exclusiva al tema culinario, que las crónicas de Víctor Manuel Domínguez constituyen una vindicación del choteo y, transversalmente, refutan algunas de las aproximaciones del célebre Jorge Mañach. “Incluso por partida doble, porque ni el fenómeno que en 1928 inspirara su famosa conferencia ha desaparecido ―más bien se ha expandido― ni, de cara a la actual realidad insular, resulta superfluo o contraproducente”. Y esta afirmación vale también para La familia real cubana, segunda entrega de una saga donde el alter ego de Domínguez vuelve a demostrar que el choteo sirve de arma arrojadiza ante lo que carece de mérito y crédito, e incluso puede hacerlo inmejorablemente.
Más aún cuando estas crónicas se conciben y publican en medio de la eclosión de la Sociedad del Disparate a escala global. Pero mientras en el Occidente desarrollado el disparate se masifica y expande a golpe de ego tecnológico, gracias a las facilidades que iPhones y redes sociales brindan al exhibicionismo egotista, en Cuba lo hace desde un absurdo sistema socioeconómico, que premia la ineptitud y el ridículo, y una estructuración del totalitarismo que a diario mete a la población en situaciones límites. En cualquier caso, habría que comenzar a ver al totalitarismo cubano como un producto de lo que me gusta llamar “ficción de Estado”, literatura que casi desde el surgimiento de la “nación” narra la historia al margen de la realidad.
En ausencia de libertades tecnológicas y sin acceso directo a Internet, la promiscuidad —gran generadora de paranoia, envidia y distracción, pero también de situaciones ridículas e hilarantes— ha sido una de las dos grandes coartadas a partir de las cuales el actual régimen ha logrado estructurar la Sociedad del Disparate en Cuba, y mantenerla vigente. La otra, claro, es el rechazo a la responsabilidad (aquello que Erich Fromm llamara “el miedo a la libertad”). Así, en Cuba, hasta hace poco la promiscuidad social, “a pie de obra”, sustituía disparatadamente la interacción digital de portales como Twitter o Facebook, distribuyendo un surrealismo recreado magistralmente en La familia real cubana por Víctor Manuel Domínguez.
En palabras del propio autor, “como un juego de yaquis en un temblor de tierra” las crónicas de este libro “suben por donde pueden y se aglomeran, codean y cantan” en su desparpajo, divertidas hasta el delirio, desafiantes por definición. Como ya dije, esta entrega continúa la saga del temible Nefasto, esa especie de vengador errante en clave humorística siempre presto a extraer agua potable del pozo sin fondo del absurdo nacional. Con este volumen, Domínguez se reafirma como uno de los escritores más agudos y heterodoxos con que cuenta Cuba en la actualidad.