Al parecer, un domingo como todos los días del mundo, en Cuba no se esperaba nada. Extremadamente aburrido, incierto, con un manto invisible de incertidumbre en cada casa. Pero en San Antonio de los Baños (Artemisa) alguien soñó que ese día, en vez de apagones, una luz se iba saliendo de cada cuerpo y era de cada habitante de la Isla un rayo incandescente que lo podría quemar todo, acabar definitivamente con las penumbras de las falacias, de las mentirosas promesas, de la miseria y el odio y de todas las palabras y discursos que durante 62 años han sumergido al país en un insondable inframundo.
¡Se acabó!, gritó alguien, y la voz se extendió hacia los corazones exhaustos de tanta esclavitud; y la voz se fortaleció con las nuevas palabras de “¡Patria y Vida!”, y la voz se hizo tan diversa que cubrió todos los rincones de la Isla.
La voz se fue haciendo un solo grito de muchas quejas, críticas, reclamos. Las manifestaciones empezaron a aflorar, y los cubanos iban transformando sus angustias, sus miedos, sus hambres y miserias y sus muertes de pandemia, en pura esperanza, en fe de que el problema era solamente de ellos y que solo contaban con la solidaridad de Dios. Entonces el día dejó de ser aburrido, incierto, donde solo el riesgo de vivir era la muerte. Se abrió una luz, en todas las personas de buena voluntad se abrió la luz y la mente y las almas despertaron.
Empieza de nuevo la represión de las avispas negras, esbirros entrenados desde niños para estas contingencias. Pero el amor a la vida también es un proceso, y este proceso comenzó hoy. De la Primavera Negra podremos pasar a la Primavera Cubana. La justicia ha de llegar. Ahora sí estamos seguros que, más temprano que tarde, la justicia ha de llegar.